. . .En la medicina de emergencia las quemaduras constituyen uno de los traumas más complicados de tratar, y el grado de dificultad se incrementa con la intensidad y extensión de las lesiones.
Al perder su protección externa, porciones del organismo quedan expuestas a las infecciones y a la deshidratación, además del intenso dolor provocado por la afección de una superficie muy rica en terminales nerviosas sensoriales.
Luego de la quemadura, una de las tareas más difíciles que enfrenta el cuerpo es la regeneración de la piel y no todos los pacientes logran ese cometido. Aun con una adecuada atención hospitalaria, cerca de la tercera parte de los pacientes sufrirá infecciones y, con probabilidad, morirá uno de cada 10 pacientes.
En los últimos años, el reto para la medicina especializada en quemaduras ha sido encontrar formas de tratamiento que protejan los tejidos superficiales expuestos, en tanto el organismo reconstruye su envoltorio defensivo y protector.
Piel de repuesto
El sentido común nos indica que la mejor protección para una lesión provocada por quemadura, sería la que brinda otra capa de piel, pero eso era imposible hasta hace muy poco tiempo. ¿De dónde obtener tal cobertura sin tener que retirarla de algún otro sitio o que esté disponible en el momento en que se la necesite?
Pues bien: un equipo médico del servicio de quemados del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), encontró una de las soluciones a este problema con un proyecto de cultivo artificial de piel, que ya se usa con resultados notables.
La materia prima proviene de otro procedimiento médico relativamente frecuente: la circuncisión practicada a bebés recién nacidos. Así es, diminutos prepucios de un par de milímetros que antes sólo eran desechados junto con los demás residuos hospitalarios y que no tenían ninguna utilidad.
Con estos pequeños fragmentos de piel —debidamente cultivados y tratados para evitar las reacciones defensivas de rechazo— se produce la película tan preciada que contribuirá a la curación.
El procedimiento de bioingeniería
Desde luego que el primer paso consiste en asegurar la inocuidad del material que será implantado en un paciente especialmente susceptible a la adquisición de infecciones que encuentran su vía de entrada en la superficie descubierta. Por ello es que los prepucios de los bebés donadores —ya después de realizada la circuncisión como procedimiento totalmente aparte— son sometidos a pruebas de laboratorio, a fin de asegurar que están libres de cualquier tipo de virus.
Si el tejido resulta ser microbiológicamente seguro, entonces es tratado con radiación a fin de amortiguar su efecto antigénico, es decir para disminuir la posibilidad de que el cuerpo de la persona que reciba la transferencia desarrolle una reacción de rechazo, como sucede con el trasplante de otros órganos, con lo cual hay material de curación para cualquier persona que lo necesite.
Desde luego que el trozo de tejido es muy pequeño —apenas unos milímetros cuadrados— y, por ello, ha de trabajarse en su expansión, que es el siguiente paso. La unidad de piel es separada en fragmentos y se promueve una intensa multiplicación celular mediante la adición de sustancias que favorecen el crecimiento.
En esto que representa una forma de clonación celular inducida, el resultado final es una película de nueva piel utilizable. Lo suficientemente extensa como para cortarla en segmentos más manejables y que podrán ser acomodados sobre la superficie quemada.
Una gran ventaja es que estos repuestos son conservados en condiciones de congelación (entre los 30 y 60 grados bajo cero), con el objetivo de que estén disponibles en el momento requerido. Esta técnica criogénica se refiere al uso de las bajas temperaturas en técnicas de congelación y conservación. Es muy común el uso del nitrógeno líquido que mantiene temperaturas de -196° C o del CO2 sólido (dióxido de carbono o hielo seco) con temperatura de -79° C. mantiene vivas las células, pero inactivas para evitar el envejecimiento y el deterioro.
En lo experimentado hasta ahora, los especialistas del IMSS han encontrado que el rechazo del injerto es casi inexistente, disminuyen las tasas de infección y el tiempo de recuperación se acorta sustancialmente.
Un comparativo es posible con datos recogidos por la propia institución. A inicios de la última década del siglo XX morían casi 10 pacientes de cada 100, mientras que en el año 2007 este índice está reducido a 3.5 de cada 100. En cuanto a las infecciones, durante los mismos lapsos pasaron del 34 % de los accidentados a tan sólo 7 %. Como puede notarse, un sustantivo cambio que habla de la mejora terapéutica.
Mencionar porcentajes puede no proporcionar una idea clara de cuál es la dimensión real de los incidentes que culminan en quemaduras. Estamos hablando de unas 70 mil personas que anualmente requieren atención en hospitales, de las cuales poco más de 20 mil son niños y niñas con menos de dos años de edad.
Fuente: [1].
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